9/6/10

CAMINO DE SANTIAGO ( II )

La decisión de hacer la ruta jacobea, y de emprenderla ya, se apoderó de mi sin previo aviso cuando se avecinaba un cumpleaños sonado. Aun circulando como una moto comprendí que a un vehículo de cerca de 70 años cualquier pequeña avería médica lo podía enviar a la cuneta. O espabilaba o el Camino de Santiago iría a parar al baul de las buenas intenciones, donde ya tengo descansando en paz algun otro proyecto fallido.

Hablé por separado con un par de colegas más jóvenes, buenos conocedores de esa ruta. Ambos, sin ponerse de acuerdo, me hicieron notar, afectuosamente, que cargar en la espalda, durante más de cien kilómetros, una mochila con lo más indispensable (no menos de siete kilos) es sencillamente insoportable para un "anciano" (así, entre comillas, suena hasta símpatico; a secas sabe a insulto). Si querían asustarme, lo consiguieron.

Me hablaron -y bien- de los albergues. Y aquí -sin necesidad de ayuda- el que se asustó fuí yo cuando supe que:

  • No se pueden reservar por adelantado. Cuando se llenan, se llenan, y arréglatelas.
  • Tienen literas y te puede tocar la de arriba
  • En emergencias se echa mano, si existe, del suelo de algúna escuela parroquial o de algún polideportivo caritativo.
  • Madrugando, casi siempre hay agua caliente en las duchas.
  • En la misma habitación pueden dormir (y roncar) cuarenta personas de ambos sexos.
  • Conviene llevar linterna por si te levantas de noche a hacer pis. Te evita tropezar en el bosque de literas y mochilas y te permite encontrar bastante pronto la salida de la habitación. No hay prevista ninguna ayuda especial para los prostáticos, esos que se levantan tres veces y, encima, con prisa (me ví a mi mismo descolgándome como los monos de la litera de arriba, con la linterna entre los dientes, buscando con urgencia el servicio sin saber si hoy tocaba por la derecha o por la izquierda. Ah, y que luego tenía que deshacer el camino y acertar a la primera con mi cama y no meterme en otra)

Saqué dos conclusiones irrenunciables que tenía que dejar meridianamente resueltas antes de partir:

  1. Tener asegurados una cama y un baño para cada noche.
  2. Tener la seguridad de que cada tarde, al llegar al nuevo alojamiento, me estaría esperando el equipaje, que habría viajado por medios externos.

Con estas dos premisas muy claras en la cabeza dí por supuesto que el resto -montar una expedición- estaba chupado y que todos mis amigos se iban a apuntar con entusiasmo.

Como se verá a continuación, estaba en un craso error:

María Rosa, agotada por la dura enfermedad de su padre, no se encontraba con el ánimo mínimo necesario para plantearse un esfuerzo tan descabellado.

Esteban, reflexivo y entusiasta como siempre, dió un inmediato paso al frente, pero yo fuí incápaz de resolver, esa misma primavera, el transporte seguro de nuestros equipajes. En la primavera siguiente una dolorosa ciática, de la que ahora empieza por fin a reponerse, nos tomó la delantera.

Jose Mari -siempre incondicional para unirse a una expedición al mismísimo Himalaya- ya había recibido en su puerta, con entereza ejemplar, la llamada del Mr. Parkinson.

Con Paco, andarín de pro, no se podía contar. Era el único currante y en las épocas adecuadas para movernos por Galicia -primavera y otoño- se dedicaba, sin parar, a ganar pleitos.

Mariano venía reflejando un cliché muy sedentario de escasas disposiciones deportivas. Hoy puedo afirmar que era un cliché totalmente equivocado.

Ante mi completa sorpresa el que salió de verdad sedentario fué nuestro escritor. Me atrevo a suponer que esta mañana ha ido al quiosco de la esquina a buscar la prensa diaria... en coche. Otro cliché que tenía desactualizado.

Del Club Oza el único que reunía a la vez condiciones, afición y disponibilidad de tiempo era nuestro Decano sobre el que es de justicia hacer un respetuoso punto y aparte

José Ramón acumula experiencia sobrada en esto de hacer el Camino de Santiago y conoce todo lo que vale la pena conocer en el sabio oficio de andar, de alojarse y de moverse por esos mundos de Dios. Tiene una envidiable virtud -la improvisación- y concretar planes a desarrollar en un horizonte de meses le ataca .

Es, en mi humilde opinión, el peregrino perfecto:

  • Todo le va bien
  • Todo lo hace fácil
  • Madrugador. Empieza a andar todavía de noche
  • Inicia cada caminata sin saber, ni importarle, donde reposará esa noche. Anda en la dirección correcta pero sin planes preconcebidos que limiten su libertad.
  • Con mucha sabiduría su gozo reside en el propio caminar, más que en perseguir objetivos.
  • La elección del pueblo donde dormir la hace sobre la marcha y depende de:
  1. la hora solar (sinónimo de "cuando el hambre aprieta")
  2. encontrar un albergue con sitio
  3. la simpatía de la gente del lugar
  4. el sabor del primer vino

J.R., desde el primer momento acogió la idea con calor y afecto "estrangulador".

A traves del Messenger dialogamos sobre Santiago muchas veces y nos entendimos a la perfección, como dos personas "mayores" que se quieren pero cuyas ideas están ya enraizadas en sus respectivos genes. Juntos formamos un formidable aliño para la ensalada, pero no dejamos de ser aceite y vinagre, improvisación y planificación. Sobre la ruta jacobea jugamos despacio una larga y amigable partida de ajedrez que quedó sobre el tablero, en tácitas tablas, y la casa sin barrer.

Entre unas cosas y otras el camino de Santiago se quedó en stand by.

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Un año después -¿o fueron dos?- se produjeron tres acontecimientos que lo situaron de nuevo bajo los focos:

  • María Rosa, ya más libre y descansada, se hizo eco de mi interés y, sorprendentemente, se mostró dispuesta a recorrerlo.
  • José Antonio puso a nuestra disposición su experiencia en la organización de viajes colectivos.
  • Mariano se ofreció para hacer de coche de apoyo.

A partir de aquí todo fué, por fin, fácil

Marzo nos cogió con el itinerario y el calendario decididos y cerradas las reservas de alojamiento para la segunda semana de mayo.

Todo estaba a punto.

Pero con tantas sacudidas, el arbol se había quedado casi sin peras.

Sólo seguíamos en pie Mari Carmen, Mariano, María Rosa y yo

Y Dios con todos