10/7/09

VALLGORGINA

Invitados a almorzar por Mercedes y Álvaro, hoy hemos estado en la montaña, en un pueblo con un nombre precioso: Vallgorgina.

Nuestros anfitriones son dos abuelos "jóvenes", fieles veraneantes de Vallgorgina desde hace más de 50 años, tan fieles que, al jubilarse, decidieron hacer de este lugar, muy próximo al Montseny, su residencia permanente.

Hace medio siglo Álvaro ya era un melómano acabado que conocía y amaba toda la música clásica y toda la musica de jazz que merecen ser escuchadas. Fué la primera persona (y la última) que, con santa paciencia y pobres resultados, se esforzó en sumergirme en la música clásica a traves de un medido plano inclinado que empezó con las sinfonías descriptivas de Tchaikovski y llegó a asomarse a las abstracciones de Beethoven. Han pasado los años y mi agradecimiento a su generosidad de entonces no ha cesado de crecer.

Su segunda afición ha sido el tenis, arte en el que, bajo una máscara florentina, se oculta un durísimo y correoso contrincante. Sus horas de cancha deben andar por los cinco dígitos.

Pero la medicina, como tantas veces, se ha cruzado en su camino y le ha "sugerido" reducir casi a cero su romance con la raqueta. ¿Como sustituirla?.

Hombre inquieto, imaginativo y disciplinado ahora se ha especializado en "canales de televisión"

Me explicaré.

En la salita que utiliza para escuchar música ha instalado todo un sofisticado montaje tecnológico conectado con el tejado de su chalet donde ha elevado un verdadero Cabo Cañaveral. Resultado: sus parabólicas y demás robots, verdaderos perros de presa sometidos a obediencia ciega por una decena de mandos a distancia, rastrean el firmamento y persiguen a once satélites de imagen a los que extraen, con asombrosa perfección, unos ¡¡¡ seis mil !!! canales de televisión.

Álvaro tiene también Canal Plus.

Abrumador.

Mientras las mujeres hablaban en el salón Álvaro, en su sala de máquinas, me ha brindado una sobremesa mágica. Sumergidos en una globalización extrema, hemos saltando, a traves de un zapping enloquecido, por diversos paises, idiomas, culturas y continentes.

He llegado a sentirme como un diablo cojuelo on line, asomando la mirada, curiosa e impertinente, no a los tejados de Madrid sino al vivir mediático de los habitantes de ese medio mundo que no para de girar y tiene, en su centro, a Vallgorgina: deslumbrado.

El aterrizaje brusco desde esta alucinada vorágine de imágenes y sonidos a la tranquilidad de un buen café junto a un jardín de un pueblo escondido en la geografía catalana, me ha dejado anonadado y confuso. Ha sido demasiado para alguien como yo que ve el telediario del mediodía siempre empezado y que si pone la tele despues de cenar, se enzarza enseguida en la batalla cotidiana de evitar, mediante el zapping, la omnipresente publicidad y la también omnipresente basura, para acabar, a la media hora, apagándola aborrecido. (En realidad quien la apaga es María Rosa a la vez que me despierta pues, invariablemente, me he quedado dormido en el síllón)

¿Para que sirven tantas opciones, tal despliegue de miles y miles de horas de programación si sólo tenemos dos ojos, dos oidos y un número limitado de minutos disponibles?

Miro con atención a Álvaro y veo que tiene el aspecto saludable de quien hace mucha vida al aire libre y duerme a conciencia las horas reglamentarias. Tampoco se le notan las ojeras propias de quien trasnocha delante de una tele. Extrañado, me animo a preguntarle:

-Y con tantas posibilidades en la mano, ¿tú que ves?

Quedo en suspenso, esperando una respuesta muy larga, y me equivoco. Sin pensarlo dos veces me contesta escuetamente:

-El tenis en la 2ª, el futbol en Canal Plus y una cadena musical suiza y otra francesa en los satélites.

Me he quedado tranquilo. Álvaro domina la tecnología pero la tecnología no le domina a él. Mi amigo sigue teniendo intacto su sentido común. A Dios gracias.