Me refiero, naturalmente, a ese puñado de hombres anónimos -técnicos, bomberos, soldados- que han aceptado someterse a las letales radiaciones de plutonio en un intento generoso de doblegar una central nuclear descontrolada, que amenaza gravemente a su pueblo.
Saben que la suya es una misión suicida. Sus equivalentes de Chernobil duraron treinta días después de la exposición a la radiación. Puede que no tengan tiempo de ver florecer los almendros.
Su perfil no tiene la épica de las películas: no participarán del éxito -si llega-, tampoco la taquilla tintineará en sus bolsillos ni la rubia caerá rendida en sus brazos. Ni tan siquiera llegarán a ver el final del film.
Se ha escrito todavía menos de los "extras" de esta producción.
Y ahora me estoy refiriendo, con admiración y algo de atemorizada envidia, a mis colegas -los jubilados nipones- que se han ofrecido voluntarios para realizar ese "último" trabajo que, por estar desocupados y sin obligaciones, creen que les corresponde.
"Amarás al prójimo como a ti mismo". Hoy me parece que este mandamiento universal está grabado en la quintaesencia -muy adentro quiero decir- de los hombres de buena voluntad, jubilados o no, japoneses o asturianos, cristianos o taoistas.
Quien lo ha caligrafriado con tan buena letra en tantos corazones de esa cultura milenaria debe estar ahora, con los brazos abiertos, esperando a estos héroes japoneses
Y es que lo están bordando: aman a sus prójimos MÁS que a si mismos.