Hoy estoy cumpliendo setenta y un años.
Por dentro mi cumpleaños no ha sido día de moviola ni de añoranzas sino jornada de agradecimiento a Dios por tantas, por tantísimas, ayudas recibidas. También de sonrojo por lo poco y mal que las he aprovechado. Entiendo que el colmo de la generosidad y del amor tiene que ser dar y darse sin pedir nada a cambio, justo lo que Dios ha hecho con un sordo como yo. ¡Qué paciencia la suya!
Por supuesto, ha sido día de alegría. Hoy estreno, además de un trípode fotográfico y unas acuarelas de campo, una nueva etapa de mi vida, mucho más corta que la pasada. Tan corta que no sé cual podrá ser su unidad de medida: años, meses o días.
Para no complicarme con futuribles inciertos voy a intentar mantener limitado mi horizonte a un solo día, el permanente día de hoy.
Así cada veinticuatro horas serán una página en blanco en la que Dios, que es un padrazo, querría encontrar buena letra y un poco de salero.
¿Qué la página sale torcida, con tachaduras? No es un drama. Mañana estreno otra y lo pasado, pasado. A recomenzar.
Me niego rotundamente a pensar que, dejado ya muy atrás el ecuador de la vida, llegue la "cuesta abajo".
El viaje hacia la eternidad es un recorrido desigual. Pero siempre cuesta arriba. Afortunadamente
Esta mañana, por ser martes, la he pasado con un grupo de antigüos colegas bienhumorados, ágiles de cabeza y poco aficionados a ejercer de abuelo cebolleta. Y eso a pesar de que bastantes de ellos circulan desde hace tiempo -y a toda pastilla- por la autopista de los ochenta.
El fundador de este "club" estableció, en sus estatutos verbales, dos únicos noes:
- Prohibido hablar de nuestra antigüa profesión común
- Prohibido hablar de enfermedades.
En su cumplimiento hay sus más y sus menos.
Por dentro mi cumpleaños no ha sido día de moviola ni de añoranzas sino jornada de agradecimiento a Dios por tantas, por tantísimas, ayudas recibidas. También de sonrojo por lo poco y mal que las he aprovechado. Entiendo que el colmo de la generosidad y del amor tiene que ser dar y darse sin pedir nada a cambio, justo lo que Dios ha hecho con un sordo como yo. ¡Qué paciencia la suya!
Por supuesto, ha sido día de alegría. Hoy estreno, además de un trípode fotográfico y unas acuarelas de campo, una nueva etapa de mi vida, mucho más corta que la pasada. Tan corta que no sé cual podrá ser su unidad de medida: años, meses o días.
Para no complicarme con futuribles inciertos voy a intentar mantener limitado mi horizonte a un solo día, el permanente día de hoy.
Así cada veinticuatro horas serán una página en blanco en la que Dios, que es un padrazo, querría encontrar buena letra y un poco de salero.
¿Qué la página sale torcida, con tachaduras? No es un drama. Mañana estreno otra y lo pasado, pasado. A recomenzar.
Me niego rotundamente a pensar que, dejado ya muy atrás el ecuador de la vida, llegue la "cuesta abajo".
El viaje hacia la eternidad es un recorrido desigual. Pero siempre cuesta arriba. Afortunadamente