25/3/10

DNI siglo XXI

Como en tantas otras ocasiones a lo largo de mi vida, hoy he ido a renovar, una vez más, mi DNI.

El lugar al que internet me ha enviado parece una oficina bancaria, bien dotada de personal y medios electrónicos pero carente de cualquier sentido estético de la distribución de los recursos. Únicamente la presencia, casi paternal, de un viejo policía uniformado, sentado delante de cinco máquinas autoexpendedoras de números de turno -una de ellas averiada- da una pista de que aquello bien puede ser una comisaría.

En dos largos mostradores se alinean con equidistancia, dos docenas de puestos de trabajo dotados de sus imprescincibles terminales (PC y scaner). Y detras de cada uno de ellos mujeres treintañeras van atendiendo, uno tras otro, los turnos que la informática les va asignando.

La que se ocupa de mi estrenó la oposición a finales del año pasado y aun no ha tenido tiempo de que el roce con su entorno profesional ahogue la grata musicalidad de su acento gallego.

Pero está en ello: sin dejar de trastear con mi DNI no para de hablar incansablemente -de cursillos, amigos, oposiciones y vacaciones de Semana Santa- con la compañera de su derecha, con la de su izquierda y también con cuantas, en un momento u otro, pasan por detrás de su silla y a las que, sin volver la cabeza, detecta con algún oculto radar. Como no es la única con tan admirable habilidad, aquello es una jaula de grillos casi atronadora pero eficiente.

Al final del corto proceso en el que la gallega le da al teclado y me toma las huellas dactilares -sin entintarme los dedos ni tener que limpiarlos después con alcohol- me entrega el flamante documento que, en el siglo pasado, me habría costado horas de cola y meses de espera.

Muy sonriente me explica:

-Ya no tendrá que renovarlo.

Pongo cara de no entenderla.

Condescendientemente me lo vuelve a explicar con la alegría de quien hace un generoso regalo:

-¡Que ya no tendrá que renovarlo NUNCA MÁS!

En un tiempo record -diez minutos de gestión tras otros cinco de espera- he salido de allí asombrado y algo aturdido, llevando mi nuevo DNI siglo XXI que aseguran contiene -convertidos en una fórmula matemática de ceros y unos- mi fotografía, mi firma, mis huellas dactilares y los "certificados electrónicos de autenticación y firma electrónica". Y además un "pin".

La noticia -NUNCA MÁS- va entrando poco a poco en mi cabeza y -¡cosa extraña!- no produce en ningúno de mis genes anarquistas, poco amigos de la autoridad, la esperable alegría por haberme librado de un control policial "de toda la vida".

Como en un sueño he imaginado que, sentado en el piso de arriba un comisario de la "secreta" -mangas de camisa, pistola sobaquera y esposas en el bolsillo, como los de antes- ha debido cursar desde su ordenador instrucciones al de la gallega:

-De ese no te preocupes, a estas alturas ya no puede hacer ningún mal. Y para el tiempo que le queda... ¡Dale la absoluta!

Me ha parecido que me están empezando a "borrar" de mi pais y que, despidiéndome de las renovaciones del DNI, he empezado un probable rosario de despedidas. Cuántos proyectos, sueños, deseos y viajes ya nunca pasarán de eso, de proyectos y sueños. Porque el tiempo -sea el que sea- se está empezando a acabar.

Un cansancio inesperado me ha arrinconado en el primer bar, delante de un descafeinado. Allí, lejos de miradas ajenas, he sacado de la cartera el documento causante de mis males y lo he observado punto por punto, despacio y con reproche.

Uno de sus apartados me ha despertado de golpe:

Válido hasta el 1 de Enero del año 9.999

Inmediatamente he oido la campana jubilosa de una voz interior. Yo me estaba diciendo a mi mismo:

-Menos mal. Me había empezado a preocupar con lo de "nunca más"...

Y desde allá adentro me ha salido una risa interior gozosa.

Porque al final de este camino hay una puertecita y pasada la puertecita estará Dios, sonriente, y el principio de la eternidad.